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Al poeta y su contribución social

Por Rosario Lynch

Soy de la opinión que todos llegamos a este mundo con un cometido cuyo cumplimiento depende de la predisposición de cada uno. Que es dentro de ese complejo engranaje social, en la relación con el prójimo donde ponemos a prueba nuestra capacidad de desempeñar nuestra misión, confrontando la diversidad de alternativas y posibilidades ante las que el mundo nos coloca. En este entreteje donde muchos desviamos nuestros intereses comunes por el individual olvidando nuestro compromiso colectivo, ese que nos impele a la búsqueda de un mundo mejor, minimizando el egocentrismo. El de compartir lo mejor de cada uno, como aporte a la sociedad y a las generaciones que nos prosiguen, en cualquiera sea el campo en que nos desenvolvemos. Pero dado que la vida nos impone retos que no combinan con el comportamiento altruista, somos muy pocos los que escogemos la ruta más difícil de ayudar. Por tanto, nos decidimos por el individualismo, en particular cuando se vive en un mundo competitivo por excelencia adonde todos deseamos nada mas que escalonar posiciones y probar que somos mejores que el resto.

Hasta aquí, es posible que mis reflexiones tengan un poco de verdad, y ya que estamos en un mundo de excepciones, sería injusto eludir a los pocos cuya acción en la sociedad ha sido de inmensa transcendencia; a los que han vivido o vivieron en compromiso con su responsabilidad social y cuya función filantrópica perdura como un legado de cambio. Al formular estas reflexiones, pienso en esos que aportaron una cuota grande influyendo positivamente en la vida de muchos. Y pensando en ellos, no podría obviar al distinguido poeta y escritor Don Flavio Cesar Tijerino, quien ahora descansa en la paz del Señor. Don Flavio, quien no centró la función de su vida en la búsqueda de su crecimiento individual solamente pero en la promoción de los valores sociales y culturales y en los principios de justicia por los que rigió su vida. A él acudimos los deseosos de explorar nuevas formas para expresar nuestras ideas a través de las letras, con la firme convicción de encontrar en él la orientación tan necesaria en los años noveles de la juventud, a principio de la década de los 80’s. El no nos defraudó, por el contrario diría, encontró complacencia en ser él un legado para los que anhelábamos seguir sus pasos.

Mis evocaciones van aun mas allá, hacia los finales de los 70 ´s, época de represión y oscurantismo, cuando hablar de poesía o literatura bien podía interpretarse como un simbolismo de insubordinación. Cuando el sistema que gobernaba la sociedad en ese tiempo proscribía a lo intelectual como sinónimo de amenaza y a la cultura, de alienación. Don Flavio no calló, sin miedo ni indolencia, pero por la plena convicción de sus ideas y la claridad de su búsqueda. Sus poemas representaron su pensamiento social cristiano, sus anhelos por la patria que todos quisimos y su genuina inspiración en la belleza y la armonía de sus líricas.

Mi generación lo recuerda como el pionero de los movimientos literarios. Por su tenaz labor en apoyar a los jóvenes de entonces a aprender a usar sus talentos y potencial en el área de las ideas y la literatura. Lo recuerdo en mis tiempos de colegio cuando revelé en esa ocasión mis escritos carentes de la esencia que solo da el hábito y la práctica. Recomendándome entonces que a la madera hay que esculpirla con constancia y dedicación para llegar lejos y que la materia prima, refiriéndose a los jóvenes noveles, era ya un indicio claro de que se recorría el camino correcto. Bien presente tengo sus palabras esas que me hacen siempre recordar que el esfuerzo es la savia del crecimiento y la práctica, el ejercicio hacia la sabiduría.

Igual que muchos a través de los tiempos, a él acudí en busca de la luz de sus poesías y sus acotaciones sobre mi prosa y la captación perpetua de sus conocimientos en mí pluma. Bien recuerdo sus gentiles exhortaciones de orientarnos siempre por la senda donde reluce el talento, como un farol en la calzada oscura. De buscar no solo la buena semilla, sino la tierra fértil donde pueda germinar y producir frutos. De esa metáfora aprendí de don Flavio, de las normas básicas que nos rigen la vida real, la esencia de consagrarnos a lo que somos capaces o donde hay madera, evitando divagar infructuosamente en las aptitudes que no ostentamos, igual que se siembra en tierra fértil para hacer crecer la semillas que fructificarán en un futuro. Por esa razón y porque la metáfora de mis liricas no hacía simbolismo con el canto a la vida y la realidad, porque no parecían florecer los pensamientos en mis palabras, es que mejor opté por la prosa.

Y cuando el tiempo de emigrar tocó a mis puertas, me despedí, llevando conmigo muy atesorado, lo esencial de ese aprendizaje sin saber que nunca mas vería a Don Flavio. él, quien me ayudase a abrir las puertas a la capacidad analítica, para discernir como las palabras necesitan esculpirse con las ideas y las ideas con forma y substancia, él quedaba atrás para ayudar a otras generaciones de escritores y poetas de los que ya no pude ser testigo.

Ahora, después de haber viajado por el mundo y haber dedicado mi tiempo a tantas otras obligaciones profesionales y de familia, porque esas han sido las exigencias de las circunstancias, vuelvo al círculo de la literatura, a escribir con más ahínco y sé que hay un legado por el que doy fe. No volví a ver personalmente a Don Flavio, pese a que con frecuencia sabia de él por sus publicaciones y apariciones públicas, celebrando en silencio sus logros.

Me habría complacido volver para, ahora en mi edad adulta, poder agradecer por sus útiles consejos durante mi adolescencia, esos que he tenido presente en mis muchas decisiones a través de los tiempos. En mis desvíos y en mis enmiendas, en las conquistas y las desilusiones, siempre recordando que hay un aprendizaje de lo adverso y una luz que compartir de las buenas experiencias.

El legado de Don Flavio hoy se difunde en los frutos de sus discípulos; en su herencia intelectual dejada para la posteridad y en el orgullo de quienes le conocimos y tuvimos el privilegio de recibir sus observaciones literarias.

Rosario Lynch

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