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Lectura del poema Los Dones de Jorge Luis Borges


Walkiria López, amiga de la Biblioteca i estudianta de Relaciones Internacionales, leería esta noche Los Dones, de Jorge Luis Borge. Lamentablemente Walkiria no pudo estar hoi con nosotros. Me toca a mí suplir sus insustituibles voz i acento.

Conviene recordar que entre los mejores poetas de nuestra lengua está Joge Luis Borjes. En la plenitude de su madurez quedó ciego, él uno de los más intelijentes i acuciosos entre los lectores. Lo nombraron Director de la Biblioteca Nacional de Argentina, cuando ya no veía. El poema que leeré nos comunica las vivencias dolorosas de este poeta, recorriendo, ciego, con báculo indeciso los inmensos pasillos de aquella biblioteca desbordante de libros que nunca más volverían a leer los ojos i el alma de Borjes.

Cegatón como soi i también mui amante de los libros me conmueve de manera mui especial este poema. Eso i la atención de ustedes me facilitaran quizás la lectura de los Dones.
De no mediar estas circunstancias de conocer el poema i gustarme muchísimo, no me hubiera atrevido a leerlo con ustedes esta noche.

    POEMA DE LOS DONES

    Nadie rebaje a lágrima o reproche
    esta declaración de la maestría
    de Dios, que con magnífica ironía
    me dio a la vez los libros y la noche.

    De esta ciudad de libros hizo dueños
    a unos ojos sin luz, que sólo pueden
    leer en las bibliotecas de los sueños
    los insensatos párrafos que ceden

    las albas a su afán. En vano el día
    les prodiga sus libros infinitos,
    arduos como los arduos manuscritos
    que perecieron en Alejandría.

    De hambre y de sed (narra una historia griega)
    muere un rey entre fuentes y jardines;
    yo fatigo sin rumbo los confines
    de esta alta y honda biblioteca ciega.

    Enciclopedias, atlas, el Oriente
    y el Occidente, siglos, dinastías,
    símbolos, cosmos y cosmogonías
    brindan los muros, pero inútilmente.

    Lento en mi sombra, la penumbra hueca
    exploro con el báculo indeciso,
    yo, que me figuraba el Paraíso
    bajo la especie de una biblioteca.

    Algo, que ciertamente no se nombra
    con la palabra azar, rige estas cosas;
    otro ya recibió en otras borrosas
    tardes los muchos libros y la sombra.

    Al errar por las lentas galerías
    suelo sentir con vago horror sagrado
    que soy el otro, el muerto, que habrá dado
    los mismos pasos en los mismos días.

    ¿Cuál de los dos escribe este poema
    de un yo plural y de una sola sombra?
    ¿Qué importa la palabra que me nombra
    si es indiviso y uno el anatema?

    Groussac o Borges, miro este querido
    mundo que se deforma y que se apaga
    en una pálida ceniza vaga
    que se parece al sueño y al olvido.

    Jorge Luis Borges, 1960  


Se le aclara al apreciado lector que en estas páginas web
se ha respetado la ortografía única y distintiva del Poeta Flavio César Tijerino

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